El 12 de junio de 1986 era jueves y, por lo que se ve en las fotos, en Madrid lucía un sol de esos que pone difícil no salir a la calle. Dos poetas ancianos, el uno en manga corta y el otro no, se rencontraron a la sombra del jardín que otro poeta bautizó como la Colina de los Chopos. La cosa iba de nombres. El primero era Rafael Alberti y nunca vivió allí pero sí pasó muchos ratos haciendo el gamberro y amigos. El otro era Gabriel Celaya, había amanecido durante doce años entre aquellas paredes y árboles donde la modernidad se construía día a día. Hasta que llegaron las bombas, y donde habían hablado Einstein, Le Corbusier o Ravel, reposaron los heridos del Hospital de Carabineros. Luego los sueños de Dalí, Lorca o Buñuel se diluyeron en una residencia a secas o con el apellido: «del Consejo» mientras los del colegio de al lado daban balonazos al «Internado» o al «Hispano-Marroquí», muchos sin saber que a su frontón improvisado otros escolares de otro tiempo lo bautizaron como el Transatlántico y que en su interior había hecho experimentos Severo Ochoa. Tras ese viaje y bajo aquel sol madrileño de hace ya 36 años, los dos poetas junto a otros antiguos residentes y amigos celebraron que aquel lugar recuperaba, su razón de ser y su nombre: Residencia de Estudiantes. También hubo discursos.